miércoles, 25 de junio de 2008

Los Hijos y los Límites

  • “Solamente dos legados podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; el otro, alas.”
    Hodding Carter


    Por regla general, los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, pero ¿qué es lo mejor para ellos? ¿Darles educación en un buen colegio? ¿será esto suficiente? ¿darles todo lo que piden? ¿satisfacer sus necesidades y demandas de cualquier tipo sin exigir nada porque después de todo, son sólo niños? o ¿exigirles?, ¿hasta dónde? ¿cuál es el límite?

    Hay padres que están convencidos que si le evitan al niño cualquier tipo de frustración, éste será más feliz. Muchos otros saben que deben poner ciertos límites pero no saben cómo, cuándo o hasta qué punto es saludable; otros tantos, se siente realmente culpables por fijar normas y exigirle al niño su cumplimiento.

    A través de los límites en el ámbito familiar se establecen las normas que el niño internaliza desde pequeño, y que luego le permiten discernir lo correcto de lo incorrecto; son algo así como una especie de mapa que les permite orientarse, primero en el hogar y posteriormente, fuera de éste.

    La ausencia de límites es una forma de abandono; no tiene nada que ver con que el padre lo quiera más o lo quiera menos, pero definitivamente, deja al hijo sin pautas, sin estructura, es como si estuviese a la deriva y sin la contención que todo niño necesita recibir de sus padres para sentirse seguro y amado.

    Tanto la ausencia de límites, cómo los límites excesivamente rígidos y el autoritarismo tienen consecuencias negativas para el niño, generando problemas de autoestima, desobediencia, agresividad, tendencia a transgredir las normas, desconocimiento de la autoridad y dificultad para controlar sus impulsos, por citar los más comunes.

    Sin embargo, no hay que olvidar que un mal comportamiento puede ser un intento del niño de adaptarse al medio cuando no tiene claro lo que se espera de él o cuando está acostumbrado a obtener siempre lo que quiere; por tanto, lo que subyace a este tipo de comportamientos es una gran necesidad de pautas claras y firmes.

    En este sentido, a la hora de fijar límites con nuestros hijos, lo primero es estar claros en nuestros propios límites como padres, y en las pautas de comportamiento que consideramos idóneas, porque si tenemos problemas en este sentido, lo más seguro es que no estemos siendo coherentes con lo que enseñamos, y los niños son los primeros en olfatear y darse cuenta.

    Finalmente, citaré algunas recomendaciones que pueden ayudar a la hora de fijar límites:

    - Conocer cuál es nuestro propio límite de tolerancia.
    - Ser firmes, atendiendo a nuestro tono de voz y postura corporal, y recordar que ser firmes no equivale a gritar ni perder la paciencia.
    - Mostrarnos seguros y afectuosos.
    - Debe haber coherencia entre los mensajes del padre y de la madre (los desacuerdos es mejor discutirlos en privado).
    - Dar pautas concretas y precisas sobre los comportamientos que se consideran aceptables y los inaceptables.
    - Establecer de antemano y con claridad las consecuencias positivas o negativas.
    - Respetar el enojo del niño sin necesidad de intervenir; acompañándolo y dándole tiempo para que se calme.
    - Enseñarle a reconocer y expresar sus emociones haciéndolo sentir escuchado.
    - Cumplir y sostener lo que se le dice.
    - Los límites no tienen que ser rígidos, explíquele al niño, en qué circunstancias se puede hacer una excepción a la regla, pero sin que esto se convierta en un hábito.

    Adriana González M.
    Terapeuta Gestalt

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